El siguiente es un ensayo que escribí en los talleres de la Universidad de Buenos Aires a mediados del 2014. En él expuse una serie de nociones personales sobre la propiedad intelectual. Mi postura equilibrista es clara, o por lo menos a eso aspiré.
La manta deshilachada
El otro día volvía caminando por Rivadavia, para los románticos y amantes de los mitos como yo, la avenida más larga del mundo. La transitaba lentamente acompañado por un amigo de toda la vida. Cuadra a cuadra, vereda a vereda, baldosa a baldosa, cada paso se produjo en torno a profundas reflexiones y es que esa tarde pensamos demasiadas cosas. Entre la infinidad de temas tocados hubo uno en particular por el que hoy decido sentarme a plasmar en papel lo dicho, la escritura me da esa posibilidad, no hay motivo para desaprovecharla.
Veníamos filosofando sobre la vida en general, y así como a un conductor se le complica la visibilidad en los viajes con neblinas, típicos de las grises mañanas del frio invierno, se nos hizo confusa y muy complicada la charla cuando entramos en uno de los pilares de la comunicación: la polifonía. Aquella definida como la simultaneidad, en música, de sonidos para formar una armonía, en comunicación de voces, palabras o pensamientos para formar desde un simple enunciado hasta complejas teorías.
Conforme nos acercábamos a Primera Junta afirmé fielmente que todo lo que pensamos lo construimos desde muchas ideas previas y en muchos casos ajenas a nosotros mismos. No hay un punto de partida claro, no tenemos un cero desde el cual comenzar a contar uno, dos, tres, etc. Pero a Franco le costaba entender esto, él, estudiante de exactas, no tiene introducido este tipo de ideas que las ciencias blandas nos inculcan diariamente.
Todo enunciado cuenta con la presencia de múltiples voces que poseen una existencia previa, y esta característica no tiene por qué quitarle originalidad. Y lo mismo sucede con las obras, las cuales son la expresión de ideas cuya existencia es previa.
Hablar de originalidad me lleva a hablar de
derecho de autor, nociones siamesas si las hay. No está en mis planes hacer un recorrido histórico de cada término por lo que me bastara decir que lo original es aquello único, una construcción que se distingue por sus características de todo lo demás existente. Mientras que el derecho de autor lo comprendo como un derecho que tiene por finalidad proteger, ¿qué cosa? la creatividad y la economía de todo autor o inventor de una obra.
El derecho de autor es una manta tejida a mano por una herramienta que hace varios siglos convive con nosotros, la imprenta. Pero en la actualidad dicha manta se encuentra desgastada y plagada de agujeros causados por jóvenes polillas, las nuevas tecnologías entre las que destaco Internet.
Y esto es algo que quiero que se comprenda bien, cuando los dispositivos antecesores, es decir, los medios tradicionales como los libros impresos, la programación televisiva y la industria musical broadcasting, no se acoplan a las nuevas tecnologías, el derecho de propiedad es desvirtuado o llevado a un extremo, donde pierde su cualidad de derecho. Mediante dicho desacoplamiento las polillas deshilachan la manta.
Y sí, resulta lógico. Supongamos que yo escribo un libro y lo publicó a través de una editorial y comienza a venderse rápidamente por su originalidad. Su consumo es masivo y llega a las principales librerías. Grandes sumas de dinero irían a parar a mis bolsillos por el simple hecho de que soy el autor y tengo una institución que me paga lo que me corresponde, ¿no? Perfecto. La imprenta me garantiza una expresión de mis ideas de manera fiel y posible de controlar. Ahora supongamos lo siguiente, uno de los tantos lectores que adquirió la obra decide compartirla vía Internet, para lo cual se encarga de digitalizar todo el texto y subirlo a la red en la cual millones de personas tienen la posibilidad de descargarlo y leerlo sin que yo reciba nada a cambio. En ese preciso momento, como autor pierdo el control total sobre mi producción y no recibo un peso por todas las descargas que recibió mi libro. Mi economía, como la de la editorial se ve afectada. Y lo mismo sucede cuando se sacan fotocopias del libro original. Pero esto no termina ahí. Supongamos ahora que uno de los usuarios que se bajó mi obra decidió editarla construyendo un derivado de la original y subiendo a Internet su nueva versión, y ante todo ese accionar, yo no recibo ningún dinero. En esta oportunidad no solo mi economía se ve afectada, también mi creatividad. El derecho de autor que me correspondía por mi trabajo desapareció totalmente, se esfumó, la manta se deshilachó por completo. ¿Y todo por qué? Porque el dispositivo antecesor (la imprenta), no se acopló a la nueva tecnología (internet), desvirtuando el derecho de autor al punto de omitirlo.
Lo interesante de estas polillas es que carcomen la tela en diversos sectores, la programación televisiva es otra de ellas. En sus inicios era la televisión la que establecía la vida cotidiana de las personas, la gigantesca institución de la TV le decía que ver y cuando a la gente, era la típica novia celosa y controladora. Y ese control les garantizaba a los trabajadores de la TV un dominio sobre sus obras y, por ende, una suma de dinero acorde a la cantidad de veces que las mismas eran reproducidas, suma que se incrementaba si el material fabricado era un éxito. Sin embargo, cuando comenzaron a surgir herramientas que posibilitaron el grabado de todos los programas y películas que la TV colocaba en su programación, el control de la misma comenzó a decaer. Esa primera libertad y posibilidad de manejo que aportaron los VHS a los televidentes, terminó de ser explotada por Internet, y se generó un descontrol en la reproducción de los programas y películas grabadas, claro, nadie pagaría a los trabajadores de la TV por mirar un VHS en la comodidad de su hogar. Otro deshilachamiento más.
Estos “bichitos” tecnológicos que han logrado atacar intensamente a los libros y a los programas televisivos, también hicieron estragos en la música. Supongamos que soy cantante, pase meses trabajando en una canción, la presente, y tengo la suerte de que la misma sea un éxito y que por la cual me contrata una compañía discográfica. Firmo un contrato en el que me garantizan una suma de dinero por los derechos del tema musical y un porcentaje de ganancia por cada CD original que se venda. Todo muy lindo, mi derecho de autor está asegurado. ¿Pero qué hacemos con los locales de venta de CDs truchos por los cuales no recibo ningún peso?, ¿y las páginas de descargas por Internet? Mi bolsillo como trabajador musical se ve afectado, mi creatividad sufre lo mismo con los remix que circulan por la red. ¿Cuánto queda de la manta? ¿Queda algo?
Fotocopias, VHS y CDs truchos, herramientas que dieron el puntapié inicial del partido en el que se enfrentan viejas y nuevas tecnologías. Ahora bien, ni las tres juntas logran el descontrol que desató Internet, la polilla madre de la desgastada manta. Por tal motivo, empresas “peso pesado” de áreas culturales a lo largo de todo el mundo, han buscado medidas para matar a esta polilla, les hablo de un nuevo veneno, el “Raid” SOPA. Una ley que se disfraza bajo la idea de proteger a la propiedad intelectual, ya que la misma “evita” que se distribuya gratuitamente material protegido por derechos de autor y que se obtenga ganancias de ello que no lleguen al autor en cuestión. Pero esto sería llevado a la práctica mediante un método claramente totalitario: dando de baja a todo sitio sospechoso y bloqueando sus fuentes de financiación sin un proceso judicial previo y aun cuando dichos sitios cuenten con una gran cantidad de material que sí sea propio.
De esta manera, paginas como Facebook y Twitter se verían afectadas, ya que su esencia es el compartir. Supongamos, y no creo que me aleje mucho de la realidad con esto, que el 80% de lo que se comparte en las mencionadas redes sociales sea material con derechos de autor, la ley SOPA estaría bloqueando dichas páginas para beneficiar a ese 80%, ¿pero qué hacemos con el 20% restante que sale perjudicado? Se estaría salvaguardando el derecho de autor de muchos a la vez que se daña el de otros. ¿Es justo? Algunos responderán que sí, defendiendo una noción democrática hay que beneficiar a la mayoría, pero desde mi humilde opinión, anhelo un equilibrio, como lo afirma el reconocido abogado
Lawrence Lessig: “La cultura libre es un equilibrio entre la anarquía y el control. Una cultura libre está llena de propiedad, de reglas y contratos de propiedad. Pero la misma puede desvirtuarse por el extremismo en los derechos de la propiedad que la definen”. Y ese extremismo pisa fuerte en la actualidad, la Ley SOPA es expresión de ello. Otro caso podría ser la guerra judicial que se desató entre el fotógrafo David Slater y Wikipedia, donde el inglés demanda a la reconocida enciclopedia por el uso de una foto que él reconoce como propia. ¿Dónde está el extremismo en esta batalla legal? En el hecho concreto en el que Wikipedia argumenta toda su defensa,
la foto es un autorretrato de un mono, una “selfie”, es decir, una foto tomada por el mono, en el caso de pagar por derechos, solo le pagarían la suma de dinero al mono. ¿Absurdo, no?
Con el correr del tiempo casos como estos irán en aumento al igual que los desacoplamientos entre dispositivos antecesores y nuevas tecnologías, las cuales deshilacharan lo último que quede de nuestra manta protectora, una que solo el equilibrio podría emparchar.
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